La relación dialéctica entre la identidad y el Estado

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Rene B. Balderas Abolnik (*)

Rechazar la idea de que Bolivia en 2014 es fundamentalmente diferente a la Bolivia de 2005 es irracional, pero decir —como ahora está de moda en algunas esferas— que Bolivia en este intervalo ha degenerado hacia el caos, lo es todavía más. Algunos presentan la aparentemente sistémica corrupción de instituciones como el sistema judicial como prueba de la incompetencia y fracaso del ‘proceso de cambio’ propuesto por el presidente Evo Morales.

Pero esta opinión no entiende el carácter del proceso en relación con la cultura y las instituciones del Estado. Este proceso no se trata del desarrollo pasivo de las fuerzas socio-económicas, la naturaleza evolucionaria de las relaciones sociales por defecto, sino es más bien la construcción activa de esas relaciones mediante una conciencia colectiva de carácter popular/democrático. 

Hasta 2005, Bolivia fue el producto del desarrollo pasivo evolucionario; la estratificación de la sociedad solidificó las relaciones feudales, enajenando grandes segmentos de la sociedad boliviana y derivándolos a los campos de los privilegiados, los que recibieron permiso para escaparse de la sociedad feudal y los que se quedaron en circunstancias precapitalistas. Ahora, el proceso de cambio a través de la modernización de la sociedad ha impulsado hacia la superficie lo que antes era invisible: un problema sistémico de la corrupción.

«Todo lo que debía de haberse eliminado del organismo nacional en forma de excremento cultural en el curso del desarrollo normal de la sociedad lo arroja por la boca: ahora la sociedad capitalista vomita la barbarie no digerida”. – León Trotsky, ¿Qué es el nacionalsocialismo?

El proceso de cambio existe no sólo para revolucionar las circunstancias materiales del pueblo boliviano, pero también, al hacerlo, para desplazar y adaptar su conciencia inmaterial. En otras palabras, cambiar lo que significa ser boliviano.

El resurgimiento de excremento cultural como el racismo, el sexismo, y el clasismo, suelen ser indicadores de que las fuerzas revolucionarias están funcionando; así como un cuerpo puede vomitar comidas no saludables, la nación-Estado digiere y consecuentemente rechaza ciertos elementos culturales que se deben a cambios fundamentales que toman lugar en la sociedad. A diferencia del cuerpo humano, no es la comida que enferma al Estado, sino las identidades que compiten entre sí.

Pero, ¿qué tiene que ver la identidad boliviana con la corrupción?

La identidad, como decir que uno es boliviano, es el resultado de una relación dialéctica entre la estructura de poder y la conciencia del individuo, deviniendo colectivamente la ideología de la estructura de poder. Entonces, decir hace 50 años que uno era boliviano muy probablemente significaba una filiación más fuerte con los vínculos regionales y étnicos que con la nación-Estado de Bolivia.

No obstante, a medida que se desarrollaba la sociedad boliviana, las personas siguieron tomando conciencia de sus estados materiales como nunca antes, disolviendo aún más las identidades feudales o pre-feudales de sí mismos (p.ej., indígena, mestizo, etc.) y así como las identidades evolucionan, también la corrupción. Antes de este despertar, la corrupción se veía como un modo de operar, en base a quién uno conocía, o a los amigos y parientes de uno. Pero ahora, este tipo de corrupción, que aún tiene vestigios de la antigua conciencia feudal, ha cambiado debido a la participación del pueblo en el gobierno.

La corrupción sistémica es siempre señal de una falta de balance entre el desarrollo material y la identidad. Bolivia ha recibido ahora un patrimonio de nuevas riquezas y un nuevo estado. Consecuentemente, la sociedad ha sido sumergida en una lucha cultural para determinar el nuevo carácter del Estado.El capitalismo sigue siendo la fuerza de mayor influencia en y la sociedad.  No quiere esto decir que la solución a la corrupción vendrá de las fuerzas materiales del capitalismo, sino de su justificación inmaterial: la ideología. Una revolución cultural debe tomar lugar en Bolivia, y una nueva ética nacional debe ser creada para poder orientar las alianzas morales del pueblo boliviano, para lograr ese quiebre final, ese reconocimiento final de que sus antiguas identidades de descendencia europea o indígena, como moneda vieja, ya no tienen un valor de cambio real.

Es importante entender que las dolencias que ahora tiene Bolivia no son intrínsecamente bolivianas, sino problemas universales del desarrollo capitalista. Aunque doloroso, este proceso de cambio ha entrado ahora en la fase de darse cuenta de que una enfermedad ha emergido de este proceso de cambio. Arrojar los elementos “no digeridos” de la sociedad es un proceso de limpieza. La modernización del sistema judicial está impulsando hacia la superficie lo que antes estuvo escondido. Para esta nueva Bolivia, necesitamos nuevos bolivianos.

(*) Es licenciado en ciencias políticas. Publicado en Cambio

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